CAMPAMENTO EN BOLAS
(PRIMERA PARTE)

Mi nombre es Sebastián y soy boliviano. Cuando estaba en “2º medio” el profesor “Jefe de Curso” tuvo la brillante idea de organizar un campamento. Durante la clase preguntó si alguno de nosotros poseía alguna propiedad rural que permitiese la instalación de carpas para distribuir a quienes, con permiso de sus padres, asistieran a la aventura.

Dos o tres chicos ofrecieron consultar a sus padres y, al día siguiente, por unanimidad se resolvió emprender viaje a Coroico, localidad ubicada en Los Yungas, provincia de La Paz, Bolivia. El profesor me encomendó imprimir una circular comunicando a los padres de familia el deseo del grupo de asistir a tal travesía. La nota incluía, como “pie de página”, un formulario de aprobación que debía ser llenado por los “apoderados” certificando el consentimiento. A tiempo de devolver el documento al maestro, cada quien debía hacer efectivo el pago de una mínima cuota para gastos de transporte y compra de víveres.

Cuando llegué a casa con el papel expresé a mis padres mi deseo de no ser partícipe de la actividad del curso; sin embargo, argumentando que quizás sería una buena oportunidad de integrarme a mis compañeros, mi padre me animó a viajar en compañía de los muchachos que constantemente había evadido en circunstancias ajenas a las puramente académicas.

Llegué a clases portando la aprobación de mis progenitores, lo cual fue motivo de extrañeza y burlas por parte de mis condiscípulos, pues yo era bien conocido como el “niñito fino” que no acostumbraba participar de excursiones alejadas de mi hogar.

Mi colegio, integrado solo por elemento masculino, pocas veces se “aventuraba” a llevar a los alumnos a acampar a zonas alejadas, por lo cual, ahora supongo, el profesor tuvo que gestionar duramente la aprobación del Director del establecimiento.

La mayoría de los chicos de mi curso se anotó y, a los pocos días, emprendimos el viaje hasta llegar al pueblo de Coroico. El rústico vehículo que transportó al grupo emprendió la retirada dejándonos en la plaza principal. Pronto nos enteramos que nuestro destino final se encontraba a unas dos horas de caminata, para lo cual debíamos seguir un sendero de tierra, el cual se abría serpenteante entre montañas y valles de la zona tropical a la que habíamos llegado.

Los más entusiastas encabezaron la marcha, seguidos por el profesor y un padre de familia (de esos “old-scouts” que nunca faltan y que tanto incomodan). Al final del desfile nos encontrábamos los más apáticos.

Sin darnos cuenta, a los pocos minutos, el grupo tomó la delantera sin dejar rastro. Éramos seis quienes habíamos quedado rezagados. Al comienzo creímos encontrar al resto fácilmente; pero conforme fueron pasando los minutos… y las horas, estábamos seguros de habernos extraviado, en medio de gigantescas montañas, repletas de senderos. Al intentar regresar descubríamos que habíamos tomado el camino equivocado. Cada vez que elegíamos un desvío llegábamos a sitios distintos. Comenzó a anochecer, estábamos solos, gritando esperando encontrar respuesta, recibiendo solo el rebote sonoro de un profundo eco, sin alma alguna alrededor, ni luces, ni señales.

Decidimos entonces acampar en algún sitio que pareciera seguro. Ya entrada la noche hallamos una planicie en la que instalamos las carpas. Solo dos tiendas, cada una con capacidad para albergar a dos personas, debían acogernos, abrigarnos y protegernos por ese noche. Nos distribuimos en dos grupos de tres y, después de hacer una fogata y comer enlatados, ingresé a la carpa que me correspondía, junto a dos de mis compañeros, a quienes apenas conocía y quienes apenas se conocían entre sí. Sus nombres eran Carlos y Miguel.

Desenrollamos nuestras bolsas de dormir. Iluminados por una linterna colgada en el tubo que sostenía la lona, los tres continuamos charlando un poco más, como esperando que alguno diera el “primer paso” desnudándose frente al resto (era obvio que el calor no permitiría que durmiésemos vestidos). Finalmente, Carlos dijo: “Me muero de sueño. Hazte a un lado Miky, tengo que acostarme”. En el estrecho espacio, Miguel se sentó junto a mi mientras Carlos se quitaba la polera, los zapatos y los calcetines, quedando solo en shorts, los cuales, con cada movimiento incómodo de mi compañero, dejaban ver sus bolas y la cabeza de su pene, cosa que me provocó una erección tremenda. Carlos se metió en su bolsa de dormir y Miguel intentó retomar su posición, frente a mí. Al hacerlo, aprovechó para sacarse los zapatos y, cruzando sus piernas, su pie derecho tocó mi pene. Miky se dio cuenta que mi pito se encontraba parado, volteó la cabeza comprobando que Carlos yacía dormido y luego me miró con una mirada lasciva. Sonriendo me dijo susurrando: “¿se te paró?”. Recién entonces me di cuenta que, al rozar mi pingo con su pie había descubierto mi excitación. “¿eh?”, le respondí. “¡Tu verga!... ¿Esta parada?”, dijo Miguel. Ambos dirigimos nuestras miradas a mi bulto y sonreímos en complicidad riendo casi silenciosamente.

“La mía también…”, dijo Miguel. Entonces, algo me impulsó a plantear el reto: “A ver”, le dije y, comprobando una vez más que Carlos no espiaba, bajó la parte frontal de su pantalón corto, descubriendo un pene de unos 15 cm. cuya cabeza llegaba a chocar su ombligo. “¿Y tú?”, me dijo. Aún sin salir de mi asombro, tímidamente hice lo mismo, mostrando mi pito de 13 cm. “¡NO VEO!”, dijo Miguel. Tomó la linterna y la dirigió a mi miembro, causando que yo lo ocultara por timidez.

Aún enfocando la luz a mi verga, ya oculta por la tela del short, me miró y sonriendo me dijo suavemente: “¡Por favor!... quiero verla… ¿es linda?”. Tímidamente volví a bajar el frente del pantaloncillo sacando mi pene. Miguel se acercó suavemente para ver mejor. Intimidado le dije “Ya lo viste”, y me dispuse a cubrirme de nuevo; pero Miguel impidió tal acción tomando mi polla rápidamente con la mano derecha, soltando la linterna, que quedó meciéndose en el techo, iluminando la carpa como lo hacen los reflectores de las discotecas.

Me miró fijamente y, acercando sus labios a los míos, haciéndome sentir el calor de su respiración, sin soltar mi pito me dijo: “Sí que es linda… suave…”

Cerró los ojos mientras exploraba con el dedo pulgar la circunferencia de mi glande, dejando escapar unas gotas de saliva que hacían brillar su boca; dirigiendo su rostro hacia el cielo… ¡tentándome!...

Puse las palmas de mis manos sobre sus orejas y acomodé su rostro frente al mío. Vi que él comenzaba a abrir los párpados y una voz interior me ordenó: “¡Ya!... ¡Ahora o nunca!”. Besé sus labios de inmediato, sin permitirme o permitirle reflexión alguna sobre aquel suceso “prohibido” entre dos “machitos”. Mi lengua se abrió paso entre sus blancos dientes, mientras ambos buscábamos respirar por la nariz, para no abandonar aquel momento, quizás único e irrepetible.

De repente, mi mente expuso ante mis ojos la figura de mi madre. Me sentí en extremo culpable al darme cuenta que, el “hijito ideal” se encontraba defraudando los preceptos inculcados por mi familia. ¡Maldita conciencia!... Me aparté de Miky asustado… volteando mi rostro, mirando al suelo y secando mis labios, casi a punto de llorar.

Miguel comprendió mi situación. Guardó silencio durante unos segundos. Le miré a los ojos buscando en ellos el resultado de mi comportamiento y él puso ambas manos sobre mis muslos desnudos, observándome tiernamente.

-         Está bien… entiendo… ¿te sientes mal?...

Asentí con la cabeza volviendo a bajar la mirada, tragando a penas una bola de saliva. Miguel intentó decirme algo; pero Carlos se incorporó, sentándose, interviniendo sorpresivamente.

“¿Qué pasa?”, dijo Carlos. “¿Están bien?”. Me invadió la vergüenza y puedo decir que Miky sentía lo mismo. Ante nuestro silencio, Carlos apoyó sus manos en nuestros hombros, en actitud de consuelo. Jamás pensé que ese chico, casi insignificante durante las horas de clase, fuera a expresar la sabiduría que encerraron las pocas palabras que Miguel y yo escuchamos en aquel instante: “¿Saben?... Yo creo en el destino. Los tres estamos esta noche juntos por una extraña razón… Talvez Ustedes deban amarse… ¡No por maricas!... ¡Solo porque sí!”.

Me extrañó tan “moderno” punto de vista. Miguel simplemente se puso a llorar. Carlos salió de la bolsa de dormir hincándose en sus rodillas morenas y, secando las lágrimas de Miky, continuó diciendo: “¡Ya, ya!... a ver… ¿puedo ‘meter mi cuchara’?”.

Sonriendo encogí mis hombros otorgándole derecho a intervenir. “A mi me gustan los chicos”, dijo Carlos ante nuestra sorpresa, “… pude haber sido yo el que hubiera tomado el lugar de uno de Ustedes, porque ambos me vuelven loco... ¡de veras! Pero me acosté para evitar revelar mis deseos, por miedo a lo que pudiera pasar…”

Mientras Carlos hablaba, Miky y yo fuimos tranquilizándonos, escuchando y entendiendo a nuestro nuevo amigo, aún sin salir del asombro. “Sé que ninguno de Ustedes es gay, porque he intentado acercarme a ambos en ese plan y estoy seguro que, de darse cuenta de mis intenciones, me hubieran mandado a la mierda”, continuó, provocando la risa tímida del trío; “pero el momento ha hecho que descubran una nueva posibilidad, que no los convierte en maricones, sino en seres atraídos mutuamente por la fuerza de la curiosidad y una extraña compatibilidad”.

“¡Puta!... ¿Qué carajo quieres decir?”, respondió Miguel.

Ofendido ante tal reacción, Carlos volvió a acostarse, diciendo: “¡Te vas a la mierda!... ¡Quería ayudarles!... ¡Eso me pasa por boludo!... ¡Arréglenlo entre Ustedes!”, y se cubrió hasta la coronilla con la tela coreana del “sleeping-bag”.

Miky me miró, como diciendo en silencio “¡la cagué!”. Yo me eché junto a Carlos diciendo: “¡Dale, Carlitos!... ¡queremos escucharte!... perdón… ¿sí?...”

Carlos volvió a sentarse junto a nosotros y continuó: “A ver… Sebastián, ¿alguna vez te has sentido atraído por otros chicos?”

Dudé por un momento antes de responder; pero Carlos me animó diciendo: “¡Lo que aquí se diga debe ser un secreto hasta la muerte!... confía en nosotros… ¡dale!”. Miguel asintió con la cabeza y decidí que, después de todo, debía expresar mis sentimientos a otras personas, aunque (y talvez mejor) no conocía muy bien a mis compañeros de carpa.

“Sí… creo que sí… ¡sí!... mmm… ¡Sí me he fijado en algunos!”. Al decirlo sentí una especie de alivio. Ya había dado el primer paso y ahora sería más fácil. Así, la conversación se tornó más amigable y en confianza.

 

-         … Me refiero a si has sentido deseos por otros chicos… porque… cualquier hombre puede admirar a otros que sean lindos, ¿no?

-         Sé a lo que te refieres. La verdad es que me ocurre siempre. Me gustan algunos chicos y hasta tengo fantasías… Pablo es lindo…

-         ¡Uy!... ¡Pablo es un dios! - dijo Miguel sonriendo con una mirada lujuriosa que confirmó que estábamos sosteniendo una charla “a calzón quitado”.

 

Carlos le golpeó la rodilla indicándole con un gesto que me dejara continuar. Luego me dijo que siguiera hablando.

 

-         También me gusta Manuel… pero nadie sabe esas cosas… nunca jamás me atrevería a insinuar a otros muchachos algo que revele que… bueno… no sé…

-         ¿Qué eres gay?

-         ¡No sé!... no creo que sea gay… las chicas también me gustan.

 

Durante la charla encendimos unos cigarros. Yo me encontraba sentado de piernas cruzadas frente a Carlos, que se ubicó en la misma posición rozando mis rodillas desnudas con las suyas. Miguel estaba detrás de él, rodeándolo con sus piernas en un semi-abrazo, apoyando el mentón en el hombro izquierdo de Carlos. Ambos me escuchaban con interés mientras yo me dejaba llevar por la oportunidad de hablar.

 

-         A veces me odio porque no puedo apartar de mi mente a los chicos que me gustan o, mientras veo alguna película comienzo a fantasear con Leonardo Di Caprio, Devon Sawa, Elijah Word o cualquier otro actor. Incluso, mientras me hago la paja, me olvido que existen las chicas… solo pienso en vergas y culos de chicos lindos… ¿me entiendes, Carlos?

-         Claro; pero, aunque no lo creas, eso le pasa a la mayoría de los chicos de nuestra edad. No significa que sean “del otro equipo”.

-         Y, ¿tú?... ¿dices que eres gay?... ¿estás seguro?

-         ¡Seguro!...  Creo que yo he decidido ser así. Cuando era chico tenía muchas vecinitas con las que jugaba. Me gustaba más estar con ellas que con los niños del barrio. No me llamaba la atención eso de llenarme de barro durante un partido de fútbol o de tener contacto físico con los “changos” jugando rudamente... ¡algunos hasta me daban asco!... Después, cuando tenía como 12 o 13 años, casi sin querer formaba parte de las charlas de mis amigas, comentando sobre lo “bueno” que está fulano o el buen culo de mengano… Ellas me consideraban uno… o “una” más del grupo, aunque también me usaban como “conejillo de Indias” para que yo me desnudara ante ellas, haciéndoles saber cómo lucía el pito de los chicos, cómo se acomodaba dentro del pantalón, y cosas por el estilo. Después, casi obligado por el profesor de Educación Física, tuve que inscribirme en el equipo de fútbol del curso; pero a los pocos días me di cuenta que eso era “El Paraíso”… rozar los cuerpos de los jugadores, mirarles las entrepiernas, verlos desvistiéndose en el camerino del gimnasio, darles una palmadita en el culo cuando metían gol… ¡Era la Gloria!

-         ¿Y tú, Miguel?...

-         ¿Yo?... ¡Ya la tengo parada con las cosas que habla este cabrón!... A mí me gustaban los hombres… ¡No los chicos!... ¡Los machos!... Alucinaba con un tipo que era novio de mi madre.

-         ¿En serio?

-         ¡Sí!... Tendría como 35 años… yo tenía 14. Iba a visitar a mi vieja a diario y hacía todo por caerme bien: me compraba juguetes, revistas, discos, ropa… ¡era buen tipo!. Una vez me llevó al “shopping” para comprarme un pantalón como regalo de navidad. Todas las tiendas estaban llenas de gente. Elegí uno que me gustaba y me lo puse en el probador. Salí para mostrarle cómo me quedaba y él se acercó mirándome por delante y por detrás. Me preguntó si sentía que el pantalón era cómodo, le dije que sí y, sin mala intención, él me cogió de las pelotas preguntando: “¿No te aprieta aquí?... parece que es chico”. ¡Puta!... Era la primera vez que alguien me tocaba ahí abajo. Eso comenzó a calentarme. De inmediato me dijo que iría a buscar otro de talla más grande. Me quité el pantalón en el probador y, quedando en calzones me di cuenta que mi pingo estaba parado, incluso había mojado con algunas gotas mi ropa interior.

-         ¿Y, qué hiciste?

-         Él volvió, entró al probador para darme el otro pantalón y me sorprendió acomodando mi verga. Me sonrió y, ahí mismo, me la chupó y me culeó a su antojo. Yo gemía al comienzo y terminé gritando. Pese a que él intentó taparme la boca, una de las dependientas corrió la cortina del cubículo y nos sorprendió. Gritó escandalizada, nos echaron de la tienda y salimos corriendo. Luego terminamos riendo en la calle por lo que había pasado.

-         ¡Ja!... ¡De lo que me vengo a enterar!...

 

Entonces, mis dos compañeros continuaron con sus historias. Unas más interesantes que otras. Carlos, por ejemplo, contó así una de sus experiencias:

 

-         Yo me “pajeaba” a diario. Unas tres o cuatro veces. Me encantaba hacerlo pensando en algunos chicos del barrio o del colegio. No vayas a enojarte, “Sebas”; pero me he masturbado un centenar de veces soñando que te cogía o me cogías… Una vez, estábamos en la “fila” para un examen médico que nos hicieron a todos en el curso, ¿recuerdas?...

-         ¡Claro!... Fue esa mañana que nos obligaron a desvestirnos y formamos en calzones para que unos médicos practicantes nos pesaran, midieran y revisaran…

-         ¡Exacto!... Yo estaba detrás de ti, separado por tres o cuatro compañeros; pero me las ingenié para llegar al puesto siguiente al tuyo. Solo deseaba admirarte mientras jugabas y reías con tus amigos, parado ahí… solo con ese “slip” amarillo…

-         ¡Ah!... ¡sí!... el de tela brillante… ¡qué vergüenza!... pero… ¿me estabas observando?... ¡Yo ni me di cuenta!

-         Bueno, de hecho, nunca me tomaste en cuenta…

-         Es que…

-         ¡Está bien!... No te disculpes. La verdad es que tu culo me excita y, con ese calzoncillo, se te veía todo… Podía notar tus bolas y tu pito debajo de la tela…

-         ¡Mierda!... ¡El maricón “chequeando” y yo, inocente pichoncito!... ¡Ja, ja, ja!...

-         ¡No sabes cómo aproveché ese momento para explorar cada centímetro de tu piel!... ¡Ja, ja, ja!...

 

 

(CONTINUARÁ...)

 

 

[ LISTA DE RELATOS ]